Es extremadamente importante entender que el arrepentimiento genuino no solo implica un pesar interno del corazón y un alejamiento genuino del pecado, sino que también incluye una confesión abierta de que la opinión de Dios acerca de nosotros es verdadera y Su veredicto es justo: ¡hemos pecado! En otras palabras, el arrepentimiento bíblico siempre implica reconocer lo que hemos hecho.

Esta verdad va en contra de nuestra cultura contemporánea. Somos personas que nos excusamos y nos justificamos a nosotros mismos y que nunca tenemos la culpa, sino que siempre somos la víctima de algún  poder malicioso, a menudo sin nombre, que está fuera de nuestro control. Encontramos o inventamos los medios más astutos de atribuir nuestros pecados a cualquier cosa o persona ajena a nosotros mismos. Con orgullo señalamos a la sociedad, la educación, la crianza o las circunstancias y nos horrorizamos, e incluso, nos enojamos ante la más mínima sugerencia de que la culpa sea nuestra. Sin embargo, en el momento de la conversión, esta opinión de la época es radicalmente alterada. Por primera vez en nuestras vidas, volteamos la acusación hacia nosotros mismos y reconocemos honestamente el mal que hemos hecho. Callamos la boca y nos hacemos responsables ante Dios (Romanos 3:19).

No ofrecemos ninguna excusa ni buscamos escapatorias excepto Su misericordia, que es posible gracias al sufrimiento de Cristo en nuestro lugar.

Este reconocimiento personal de culpa -esta actitud de asumir la completa responsabilidad de nuestros actos- también irá acompañado de una honesta transparencia ante Dios y una sincera confesión de nuestro pecado. La palabra "confesar" es traducida de la palabra en griego homologéo, que se compone de las palabras homos, que significa "mismo", y logos, que significa "palabra". Sugiere la idea de hablar lo mismo, es decir, que la confesión es estar verbalmente de acuerdo con Dios en que hemos pecado y que nuestro pecado es detestable. Cuando esa confesión es genuina, también va acompañada de pesar, quebrantamiento, remordimiento y arrepentimiento. Cuando el Espíritu Santo, a través de la Palabra, o de la reprensión de alguien más, nos dice que hemos pecado, debemos decirle de vuelta a lo mismo a Dios en confesión. Por ejemplo, si nos muestra que hemos sido egocéntricos, impacientes o que no hemos sido amorosos, entonces debemos confesar: "Señor, lo que dices de mí es verdad". He sido egocéntrico, impaciente y no he sido amoroso.

Por favor perdóname por amor a Tu gran nombre y con base en la expiación de Tu Hijo".

Nota los tres elementos esenciales de la confesión bíblica. Primero, el que confiesa no dice: "Si he pecado", ni habla del pecado en general, sino que confiesa pecados específicos que el Espíritu Santo le ha revelado de acuerdo con la Palabra infalible de Dios. Segundo, la confesión genuina no ofrece excusas, ni intenta transferir la culpa a alguien más, sino que acepta completamente su responsabilidad por el pecado o los pecados que se han cometido. Tercero, la esperanza de perdón no se basa en los méritos acumulados del creyente por buenas obras pasadas, sino únicamente en el sacrificio de Jesucristo en su lugar. El creyente maduro reconoce que la única forma de esperar perdón de Dios es "que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras" (1ª Corintios 15:3-4).

Hay un cuarto elemento esencial de la confesión que no está explícito en la oración arriba mencionada y que se debe resaltar y enfatizar, ya que, sin él, el arrepentimiento es absurdo e inútil. Este es la fe. Debemos creer en las promesas de Dios que ofrecen perdón y limpian incluso los pecados más grandes del quebrantado y contrito. Una de las cosas más difíciles, aún para el creyente más maduro, es comprender la magnitud del perdón de Dios. Cuando lo entendemos correctamente, Su gracia parecerá demasiado buena para ser verdad ¡incluso equivocada! Y lo sería, si no fuera por la cruz de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien pagó la deuda del pecado para satisfacer la justicia divina y para apaciguar la ira divina.

Paul Washer

(Estados Unidos, 11 de septiembre de 1961) es un abogado, profesor, pastor bautista, misionero y escritor estadounidense, reconocido por ser predicador itinerante de la Convención Bautista del Sur y fundador y director de la Sociedad Misionera HeartCry que apoya el trabajo misionero con los nativos sudamericanos. Aunado a lo anterior, Paul es profesor invitado en varios seminarios, en particular en The Master's Seminary.