El evangelio es mucho más que una invitación a vivir una vida mejor. Es el mensaje central de las Escrituras y la revelación del poder de Dios para salvar a los pecadores. El apóstol Pablo declara: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16). Esta salvación no se limita a un cambio externo o moral, sino que implica una transformación total del ser humano: mente, corazón, voluntad y conducta.
El evangelio nos confronta con la verdad de nuestra condición espiritual: todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Pero también nos presenta la solución gloriosa: Jesucristo, quien murió por nuestros pecados y resucitó para darnos vida eterna. Al creer en Él, somos reconciliados con Dios y transformados por Su Espíritu.
De muerte a vida
La Escritura enseña que el hombre natural está espiritualmente muerto. “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1). Esta muerte espiritual significa que estamos separados de Dios, sin capacidad para buscarle, amarle o agradarle. Necesitamos un milagro: el nuevo nacimiento.
Jesús dijo a Nicodemo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). El evangelio produce esta nueva vida al impartirnos la vida misma de Cristo. Es un acto soberano del Espíritu Santo, que regenera al pecador y lo hace partícipe de la naturaleza divina (2 Pedro 1:4).
Una nueva identidad en Cristo
Cuando una persona cree en el evangelio, su identidad cambia radicalmente. Ya no es vista por Dios como un enemigo, sino como su hijo. Ya no es esclavo del pecado, sino siervo de justicia. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
Esta nueva identidad no es simbólica ni superficial; es real y espiritual. El creyente ha sido unido a Cristo por la fe, y ahora está “en Cristo”. Esta expresión, repetida constantemente por Pablo, indica una unión vital que transforma toda la existencia del creyente: su posición, su propósito y su destino.
Un cambio en el corazón y los deseos
La verdadera transformación que produce el evangelio comienza en el corazón. Dios promete en el Antiguo Testamento: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros... y haré que andéis en mis estatutos” (Ezequiel 36:26-27). El corazón es el centro de nuestra vida emocional, intelectual y volitiva. Allí es donde el Espíritu obra para cambiar nuestros afectos, convicciones y decisiones.
El creyente ya no encuentra placer en el pecado como antes, sino que experimenta un nuevo deleite en Dios y en su Palabra. Sus deseos son transformados: anhela la santidad, la comunión con Dios, la obediencia y el amor al prójimo. Esta transformación es evidencia de que ha ocurrido un verdadero encuentro con Cristo.
Fruto visible en la vida diaria
Una fe verdadera nunca permanece estéril. El evangelio produce fruto. Jesús lo dejó claro: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16). El apóstol Pablo describe el fruto del Espíritu como un conjunto de virtudes visibles que resultan de la obra interior de Dios: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23).
Este fruto no es el resultado de un esfuerzo humano, sino de una vida rendida al Señor y dependiente del Espíritu. La transformación del evangelio se manifiesta en el hogar, en el trabajo, en la iglesia y en las relaciones personales. No es perfecta ni instantánea, pero es real y progresiva.
Una transformación progresiva
Aunque el nuevo nacimiento es un evento instantáneo, la transformación de nuestro carácter es un proceso que dura toda la vida. Este proceso se llama santificación. El evangelio nos introduce en una vida de continuo crecimiento a la imagen de Cristo: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29).
Día a día, el creyente es renovado en su entendimiento, aprende a negarse a sí mismo, y es fortalecido por el Espíritu para vivir en obediencia. La lucha contra el pecado continúa, pero también la obra del Espíritu que nos capacita para vivir conforme al evangelio. Pablo animó a los filipenses con estas palabras: “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
Un llamado a examinarnos
La transformación que el evangelio produce no es opcional ni secundaria. Es la evidencia de una fe viva. Por eso, el apóstol Pablo exhorta: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos” (2 Corintios 13:5). ¿Ha producido el evangelio un cambio real en tu vida? ¿Hay un antes y un después en tu historia personal?
El llamado del evangelio no es solo a creer en una doctrina, sino a entregarse por completo a Cristo. Su gracia no solo perdona, también transforma. Que podamos rendirnos cada día a esa obra maravillosa de Dios en nosotros, y reflejar al mundo la gloria de Aquel que nos salvó.
Un llamado a los que aún no han creído
Si al leer esto reconoces que nunca has experimentado esta transformación que el evangelio produce, hoy es el día de salvación. Dios, en Su gracia, te llama a arrepentirte de tus pecados y a creer en Jesucristo como tu único Señor y Salvador. No se trata de cambiar primero para luego venir a Cristo; se trata de venir a Él tal como eres, un pecador, y Él te transformará.
Jesús dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). La vida nueva que Él ofrece no es superficial ni temporal, sino eterna y poderosa. Él puede perdonar tu culpa, darte un corazón nuevo y comenzar en ti una obra que transformará tu vida desde lo más profundo.
Hoy, no endurezcas tu corazón. Clama al Señor con fe sincera, confiando en Su obra en la cruz y en Su victoria sobre la muerte. Él ha prometido: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). Que tu historia también sea un testimonio del poder transformador del evangelio de Cristo.
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