Afortunadamente, el cielo no lo tendrá todo. De hecho el apóstol Juan enumera en Apocalipsis 7, 21 y 22 muchas y diversas experiencias y realidades conocidas en la tierra, las cuales estarán ausentes allá.

No habrá más mar (Apocalipsis 21:1). A lo largo de toda la Biblia, la palabra mar se ha referido a las naciones del mundo, usualmente las naciones rebeldes. El cielo implica que el enfrentamiento entre las naciones y el hervor del tumulto que acompaña esas luchas se desvanecerán. No habrá más pactos quebrantados, ni guerras, ni escándalos.

No habrá más muerte (Apocalipsis 21:4). La carroza fúnebre habrá hecho su último recorrido. Hoy vemos la muerte como un ladrón que nos arrebata la existencia terrenal. Es simplemente el acto final en el proceso de deterioro del cuerpo humano. Como tal es temida casi universalmente; nadie puede escapar a sus horrores. Aún los cristianos que la han vencido en Cristo pueden temblar ante su violenta embestida. Pero la muerte no entrará al cielo. Allí no habrá funerales, ni lápidas, ni tristes despedidas.

No habrá más llanto (Apocalipsis 21:4). Lee el periódico, encontrarás tristeza en cada página. Un accidente de tránsito le quita la vida aun joven padre; un niño es violado por un loco; una inundación en Bangladesch deja sin vida a veinte mil. Nadie puede sondear la cantidad de dolor emocional padecido en cualquier instante por los habitantes de este mundo. En el cielo habrá gozo y tranquilidad emocional sin interrupción.

No habrá más lágrimas (Apocalipsis 7:17; 21:4). Nadie podría calcular cuántos baldados de lágrimas derramadas se llenan a cada instante en este mundo acongojado. Desde el niño que llora por al muerte de uno de sus padres, hasta la mujer que llora por un matrimonio fracasado, multiplica esas lágrimas por un millón, y te darás cuenta que vivimos en un mundo que llora.

En el cielo, Aquel que lavó nuestros pecados, ahora enjuga nuestras lágrimas. Dios nos dará una explicación de la tristeza que experimentamos en la tierra, para que no tengamos que llorar más. Si no fuera de este modo, las lágrimas volverían después de que Él las haya secado. Pero al ser capaces de ver los tristes eventos terrenales desde la perspectiva celestial, nuestras lágrimas se secarán para siempre. 

Jonathan Edwards dijo que el cielo no tendrá lástima del infierno, no porque los santos no amen, sino porque aman perfectamente. Ellos verán todas las cosas de conformidad con el amor, la justicia y la gloria de Dios. De esta forma, tanto con nuestra cabeza como con nuestro corazón, adoraremos al Señor sin remordimiento, tristeza o recelo frente al plan de nuestro Padre.

No habrá más dolor (Apocalipsis 21:4). Acompáñame a caminar por los pasillos de un hospital. Aquí hay una madre joven muriendo de cáncer, allá se encuentra un hombre quien le falta el aire, tratando de sobreponerse al terror de un ataque cardíaco. En el siguiente pabellón, un niño maltratado acaba de ser internado a causa de las quemaduras hechas por un padre violento. Paro ellos y para incontables otros, los científicos de emergencias han preparado calmantes y analgésicos que les ayudan a  atravesar la vida, día a día.

En el cielo, el dolor, que es un resultado del pecado, será desterrado para siempre. No habrá dolores de cabeza, ni discos de la espalda dislocados, ni cirugías. Tampoco habrá dolor emocional causado por el rechazo, la separación o el abuso.

No habrá templo (Apocalipsis 21:22). Algunos han quedado desconcertados por esa afirmación, ya que en otro pasaje Juan dice que hay un templo en el cielo (Apocalipsis 11:19). Wilbur M. Smith señala que la aparente contradicción se puede  resolver al darnos cuenta que el templo y sus mensajeros angelicales «continúan vigentes durante el tiempo del pecado humano y del derramamiento de la ira de Dios, pero después de haber desaparecido la antigua tierra, el templo ya no cumple ninguna función». La adoración en el cielo se lleva a cabo directamente; Dios mismo es el santuario, el templo. Los patrones de adoración dan lugar a un orden nuevo y sin restricciones.

No más sol y luna (Apocalipsis 7:16; 21:23; 22:5). Aquellos astros creados por Dios para dar luz a la tierra ya cumplieron su propósito. Dios mismo es la luz del cielo. «La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera». Leemos también: «No habrá allí más sol, porque Dios el Señor, los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos».

No habrá más abominaciones (Apocalipsis 21:27). Las naciones traerán honra y gloria a Dios en la ciudad, sin embargo, leemos: «No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero». Juan agrega otra lista de cosas que serán excluidas: personas inmorales, asesinos, idólatras y otros parecidos (21:8; 22:15)

No habrá más hambre, sed, ni calor (Apocalipsis 7:16). Aquellas cargas soportadas por las multitudes del mundo actual, desaparecerán para siempre. En su lugar estarán el Árbol de la Vida y la belleza del paraíso de Dios.

Aquellas cosas que echan sobre la tierra un manto de desfallecimiento, serán reemplazadas por felicidad indescriptible en la presencia de la Gloria Divina.

Y así, mientras tu familia atiende el funeral, tú estarás contemplando el rostro de Cristo. Aunque la familia llora tu partida, no regresarías a la tierra aunque te dieran a escoger. Después de haber visto el cielo, te darás cuenta que la tierra ha perdido todo encanto. Como dice Tony Evans: «¡Diviértanse en mi funeral, porque yo no voy a estar!».

Ahora, sólo deseas que aquellos a quienes dejaste atrás sepan cuán importante fue haber sido fiel a Cristo. Estando al otro lado de la cortina, sabiendo que ahora todo es tan claro, desearás poder gritar y que te escucharan en la tierra para animar a los creyentes a servir con todo su corazón a Cristo. Desearás haber entendido esto antes de haber sido llamado a subir.

De repente te darás cuenta que no todos tendrán tu misma experiencia. Algunas personas, millones de ellas, se habrán perdido para siempre, por no haber aprovechado el sacrificio de Cristo a su favor. Llorarás al pensar en todas las personas que aún están en la tierra y que probablemente no van a entrar al cielo. Comprendes que llorarías para siempre si no fuera porque Dios llega y enjuga las lágrimas de tus ojos.

Todo se cumplirá, tal como Cristo lo dijo.

Erwin W. Lutzer

(Nacido el 12 de octubre de 1941) es un pastor evangélico, maestro y escritor norteamericano. Actualmente es el pastor principal de la Iglesia Moody en Chicago, Illinois, Estados Unidos.