La fidelidad de Dios: Un ancla inquebrantable para el creyente


La fidelidad de Dios es uno de los atributos más gloriosos, reconfortantes y a la vez más solemnes del carácter divino. En un mundo lleno de inestabilidad, confusión y falsas promesas, la Escritura nos presenta a un Dios que nunca cambia, nunca miente y nunca falla. Su fidelidad es el ancla segura del alma del creyente, un refugio en medio de las pruebas y la base de toda esperanza cristiana. La Biblia nos recuerda una y otra vez que Dios no solo actúa fielmente, sino que Él es fidelidad en esencia: “Fiel es Dios” (1 Corintios 1:9), “Grande es tu fidelidad” (Lamentaciones 3:22–23), “Él permanece fiel” (2 Timoteo 2:13). La fidelidad divina significa que Dios guarda Su Palabra, cumple Sus promesas y actúa siempre en coherencia con Su carácter perfecto. No puede mentir (Tito 1:2), no cambia (Malaquías 3:6) y Su Palabra permanece para siempre (Salmos 119:89–90). Cada atributo divino sostiene Su fidelidad, y Su fidelidad sostiene todas Sus promesas.

La Escritura presenta abundantemente este atributo. Dios es fiel por naturaleza (1 Corintios 1:9; 2 Timoteo 2:13), fiel en Sus promesas (Números 23:19; Josué 21:45), fiel en las pruebas (1 Corintios 10:13), fiel en perdonar (1 Juan 1:9), fiel en disciplinar (Salmos 119:75) y fiel en preservar a los suyos (1 Tesalonicenses 5:24). La fidelidad divina cubre toda la vida cristiana: salvación, santificación, disciplina, pruebas, preservación y esperanza eterna. Ningún creyente puede entender su caminar sin este fundamento: Dios nunca deja una obra inconclusa.

Una de las preguntas más comunes es si la fidelidad de Dios se pone en duda cuando algo sale mal o no obtenemos lo que deseamos. La respuesta bíblica es clara: la fidelidad de Dios no significa que Él hará lo que nosotros queremos, sino que cumplirá lo que Él ha prometido. Dios nunca prometió éxito material, comodidad constante, salud perfecta o el cumplimiento de nuestros planes personales. En cambio, prometió estar con nosotros siempre (Hebreos 13:5), obrar todo para bien (Romanos 8:28), conformarnos a Cristo (Romanos 8:29), sostenernos en la aflicción (Isaías 41:10) y darnos gracia suficiente (2 Corintios 12:9). Las pruebas no contradicen la fidelidad divina; son precisamente el escenario donde esta fidelidad se revela con mayor claridad. Cuando algo “sale mal”, Dios no ha fallado: Él está cumpliendo Su propósito eterno en nosotros.

Sin embargo, la fidelidad de Dios también trae una advertencia. Él es fiel no solo para consolar, sino también para juzgar. Dios es fiel para cumplir Sus promesas y Sus advertencias. La Escritura declara que Él es fiel para castigar al impío (Romanos 2:5–8), fiel para disciplinar a Sus hijos (Hebreos 12:5–11) y fiel para exponer el pecado persistente (Números 32:23). La fidelidad divina garantiza que cada palabra de juicio, cada advertencia y cada decreto se cumplirá. Este atributo no solo consuela: llama a temblar, a arrepentirse y a vivir en santidad, sabiendo que Dios no hará excepción ni a Su justicia ni a Su verdad.

Las implicaciones de este atributo son profundas y prácticas para el creyente. En primer lugar, la fidelidad de Dios nos da seguridad eterna: nadie puede arrebatarnos de Su mano (Juan 10:28–29). También nos da confianza plena en la Escritura, pues la Biblia es infalible ya que proviene del Dios fiel. En las pruebas hallamos fortaleza, porque Dios no permitirá tentaciones más allá de nuestras fuerzas (1 Corintios 10:13). En la santificación encontramos esperanza, porque Dios es fiel para perfeccionar Su obra en nosotros (1 Tesalonicenses 5:24; Filipenses 1:6). Además, Su fidelidad nos consuela en el sufrimiento, nos sostiene en la debilidad y nos anima a orar, sabiendo que Dios siempre actúa conforme a Su carácter.

En conclusión, la fidelidad de Dios es un fundamento inquebrantable para la fe cristiana. En un mundo lleno de engaño, promesas rotas y corazones inconstantes, solo Dios permanece fiel. Cuando fallamos, Él permanece fiel. Cuando dudamos, Él permanece fiel. Cuando caemos, Él permanece fiel. Y cuando llegue el día final, Su fidelidad coronará nuestra vida con la gloria eterna prometida en Cristo.

Oración:

Padre amado, Dios fiel y verdadero, te alabamos porque en Ti no hay variación ni sombra de cambio. Gracias porque Tu fidelidad nos sostiene cuando nuestras fuerzas fallan y porque Tu Palabra es segura y firme. Perdónanos cuando dudamos de Ti al mirar nuestras circunstancias en vez de mirar Tu carácter. Enséñanos a confiar más en Tus promesas que en nuestros temores, a caminar en obediencia mientras Tú nos santificas, y a descansar en que terminarás la obra que empezaste en nosotros. Guarda nuestro corazón, afírmalo en Tu verdad y llévanos con fidelidad hasta el día en que estemos en Tu presencia. En el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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