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El amor verdadero no se impone


Una reflexión bíblica sobre el amor no correspondido

En un mundo que confunde el amor con la insistencia y la emoción con la posesión, la Palabra de Dios nos recuerda una verdad sencilla pero profunda: el amor verdadero no se impone, sino que se ofrece libremente. Esta verdad se vuelve especialmente relevante cuando un hombre siente amor genuino por una mujer, pero ella no comparte el mismo sentir. En tales casos, el creyente debe mirar más allá del deseo natural del corazón y someter sus sentimientos al señorío de Cristo, quien conoce el propósito y el tiempo de todas las cosas.

El amor según Dios es santo, libre y voluntario

El amor, según las Escrituras, no es un impulso descontrolado, sino una decisión moral y espiritual que nace de un corazón transformado por Dios. El apóstol Pablo describe el amor en términos que contrastan radicalmente con el sentimentalismo humano:

“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece… no busca lo suyo” (1 Corintios 13:4–5).

Cuando Pablo afirma que el amor “no busca lo suyo”, nos enseña que el amor auténtico no exige ser correspondido. No demanda reciprocidad ni busca control. El amor conforme a Dios respeta la libertad del otro, y si esa persona no comparte los mismos sentimientos, el creyente que ama debe reflejar el carácter de Cristo: amar sin manipular, respetar sin insistir, y retirarse con humildad antes que insistir fuera de la voluntad divina.

No despertéis el amor antes de tiempo

El libro de Cantares contiene un consejo espiritual de gran sabiduría:

“Yo os conjuro… que no despertéis ni hagáis velar el amor, hasta que quiera” (Cantares 8:4).

Este versículo no es una poesía romántica sin propósito, sino una advertencia espiritual: el amor tiene su tiempo, y solo debe florecer cuando Dios lo dispone. Despertar el amor fuera del tiempo de Dios produce confusión, dolor y desorden emocional.

Por eso, cuando un hombre ama sinceramente a una mujer, pero ella no siente lo mismo, la respuesta piadosa no es insistir, sino guardar el corazón (Proverbios 4:23) y esperar en la sabiduría de Dios.

El amor verdadero no se construye con presión, sino con propósito. Y si el propósito de Dios no une a ambas personas, ninguna insistencia humana podrá producir un amor genuino ni bendecido.

Amar con pureza y rendir los sentimientos al Señor

En toda relación, el creyente está llamado a amar con pureza. Eso significa que el amor debe estar subordinado al amor mayor: el amor a Dios.

Cuando un hombre ama a una mujer que no lo corresponde, el paso más espiritual no es reprimir el sentimiento con orgullo, sino entregarlo al Señor con humildad.

Cristo mostró el amor más perfecto cuando amó sin ser amado. Romanos 5:8 declara:

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”

Él no impuso su amor, lo ofreció en gracia. De igual manera, el creyente debe reflejar ese carácter de Cristo: amar sin exigir, y dejar en manos del Padre los resultados. Rendir los sentimientos ante Dios no es debilidad, sino obediencia. Es reconocer que solo el Señor puede ordenar el corazón humano y alinear los afectos con Su voluntad.

El propósito divino en el amor no correspondido

A menudo, Dios permite el amor no correspondido para santificar al creyente. En su soberanía, el Señor usa incluso los sentimientos no compartidos para moldear el carácter, enseñar dominio propio y revelar si el corazón está más apegado a una persona que a Cristo.

El apóstol Pedro escribió que las pruebas “son mucho más preciosas que el oro, aunque perecedero” (1 Pedro 1:7). El amor no correspondido puede ser una de esas pruebas: purifica los motivos, expone los ídolos emocionales y fortalece la fe. En medio del dolor, el creyente aprende a decir con el salmista:

“¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Salmos 73:25).

El verdadero amor espiritual no se aferra al resultado, sino al carácter de Dios. El Señor no desperdicia ningún afecto sincero; todo lo usa para hacernos más semejantes a Cristo y enseñarnos a depender de Él como nuestro primer amor.

La obediencia es la expresión suprema del amor

En los asuntos del corazón, la obediencia a Dios es la forma más pura de amar. Jesús dijo: 

“Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).

Esto incluye someter nuestros deseos a la autoridad de Su Palabra. Cuando un creyente elige no insistir en una relación que Dios no ha confirmado, está demostrando amor a Cristo por encima de su propia voluntad. Ese acto de obediencia —aunque duela— trae una paz que el mundo no puede ofrecer (Filipenses 4:7).

A la luz de la Escritura, insistir en una relación donde no hay correspondencia no es una muestra de fe, sino una forma de resistencia a la voluntad de Dios. El amor maduro no se aferra, se entrega. Y cuando se entrega, Dios sana, guía y, a su tiempo, revela el propósito perfecto que tenía detrás del dolor.

Conclusión: El amor que honra a Dios

Cuando un hombre tiene sentimientos románticos por una mujer, pero ella no siente lo mismo, debe recordar que el amor verdadero no exige reciprocidad; su valor está en el motivo, no en el resultado. Amar conforme a Cristo significa dejar en manos del Señor lo que no depende de nosotros y confiar en que Su plan es más sabio que nuestros deseos.

El amor verdadero no se impone. El amor que agrada a Dios sabe esperar, sabe soltar y sabe descansar. Y en esa obediencia, el creyente halla libertad, paz y la seguridad de que Dios tiene preparado algo mejor: un amor santo, recíproco y centrado en Él.

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