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La Reforma Protestante «Vuelve a la Palabra de Dios» (31 octubre 1517)


El 31 de octubre de 1517, en una pequeña ciudad de Alemania llamada Wittenberg, un monje agustino llamado Martín Lutero clavó en la puerta de la iglesia del castillo sus famosas 95 tesis, sin imaginar que ese sencillo acto de conciencia se convertiría en una llama que encendió la Reforma Protestante —un movimiento que transformaría la historia, la teología y millones de vidas—.

Ese día comenzó lo que hoy conocemos como la Reforma Protestante, un movimiento que no buscó crear una nueva religión, sino volver a las raíces del cristianismo bíblico, al fundamento inmutable de la Sola Scriptura —la Escritura como única autoridad final en materia de fe y práctica—.

La Reforma no fue una rebelión política. Fue un regreso al evangelio. Un clamor profundo que decía: “¡Volvamos a la Palabra de Dios!” Su grito fue: Sola Scriptura. Solo la Escritura tiene autoridad final.

¿De qué se trató la Reforma?

Durante siglos, la Iglesia institucional había acumulado poder, tradiciones humanas y enseñanzas que distorsionaban el evangelio. La salvación se había convertido en un sistema de obras, penitencias e indulgencias. El acceso a la Biblia estaba restringido, y la verdad de Dios se oscurecía bajo rituales y supersticiones.

Pero Dios, en su soberanía, levantó hombres que clamarían por una vuelta a la Palabra. Su grito fue claro y radical: La salvación es solo por gracia "Sola Gratia" (Efesios 2:8–9), solo por medio de la fe somos justificados "Sola Fide" (Romanos 1:17), solo Cristo es el único mediador y Salvador "Solus Christus" (Hechos 4:12), solo la Escritura es la autoridad final "Sola Scriptura" (2 Timoteo 3:16–17), y solo a Dios sea toda la gloria "Soli Deo Gloria" (Romanos 11:36).

La Reforma fue un movimiento del Espíritu Santo que recordó al mundo que la salvación no depende del esfuerzo humano, sino de la gracia soberana de Dios revelada en las Escrituras (Efesios 2:8–9). “El justo por la fe vivirá.” (Romanos 1:17).

Los principales hombres que Dios usó

En Alemania, Martín Lutero (1483–1546) desafió el poder de Roma, enseñando que la autoridad final no está en los hombres, sino en la Palabra inspirada de Dios. Tradujo la Biblia al alemán para que el pueblo pudiera leerla. Después de Lutero, el fuego de la Reforma se extendió por toda Europa. Dios levantó hombres fieles que, a través del estudio y la predicación de la Palabra, establecieron los cimientos de una teología centrada en Cristo.

Juan Calvino (1509–1564): desde Ginebra, Suiza, enseñó la soberanía de Dios, la autoridad de la Escritura y la vida cristiana como una ofrenda diaria de adoración.

Ulrico Zuinglio (1484–1531): en Suiza, predicó expositivamente la Palabra y purificó la adoración de prácticas no bíblicas.

William Tyndale (1494–1536): tradujo la Biblia al inglés con valentía y pagó con su vida por hacerla accesible al pueblo, diciendo antes de morir: “Señor, abre los ojos del rey de Inglaterra.”

Después de ellos vinieron los puritanos, hombres como John Owen, Richard Baxter y Thomas Watson, quienes no buscaban una reforma superficial, sino una reforma del corazón. Ellos enseñaron que la fe genuina se evidencia en una vida santa, saturada de la Palabra y guiada por el Espíritu de Dios (Santiago 1:22–25). Ellos no buscaron fama ni poder, sino la gloria de Dios y la pureza del evangelio. Muchos de ellos fueron perseguidos, encarcelados o asesinados, pero su fe permaneció firme porque su esperanza estaba en Cristo.

Su lema fue claro: “La Palabra en el corazón, Cristo en el centro, y la gloria de Dios como meta.”

La importancia y el legado para nuestra generación

Cinco siglos después, su legado sigue vivo. Vivimos en tiempos en que muchos predican un evangelio de prosperidad, emociones o éxito personal, olvidando que el centro del evangelio es Cristo crucificado y resucitado (1 Corintios 1:23).

La Reforma nos llama nuevamente a examinarlo todo a la luz de la Escritura (Hechos 17:11), a no dejarnos llevar por las corrientes de la cultura, y a sostenernos firmes en la verdad, aunque el mundo se oponga.

Gracias a la Reforma, hoy tenemos la Biblia en nuestro idioma, podemos congregarnos libremente, y conocemos el evangelio que salva por gracia mediante la fe. Sin la fidelidad de esos hombres, la oscuridad espiritual podría haber continuado, pero Dios preservó Su verdad.

La Reforma no terminó en el siglo XVI. Continúa en cada creyente que se somete a la autoridad de las Escrituras y vive para la gloria de Dios.

Llamado al evangelio

El mensaje de la Reforma fue el mismo que proclamaron los apóstoles: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo.” (Hechos 16:31)

El hombre está separado de Dios por el pecado (Romanos 3:23), pero el Padre envió a Su Hijo para salvarnos. Cristo vivió una vida perfecta, murió en la cruz y resucitó al tercer día (1 Corintios 15:3–4). Solo en Él hay perdón, vida eterna y reconciliación con Dios (Juan 14:6).

Si hoy escuchas Su voz, no endurezcas tu corazón. Arrepiéntete y confía en Cristo. Porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos (Hechos 4:12).

Llamado a evangelizar

Los reformadores no solo defendieron la verdad, la proclamaron.

Ellos arriesgaron sus vidas para llevar el evangelio al pueblo. Y hoy, ese mismo llamado llega a nosotros: “Id y haced discípulos a todas las naciones.” (Mateo 28:19–20)

El mundo necesita escuchar urgentemente que la salvación es por gracia, mediante la fe, en Cristo solamente. Cada creyente es un testigo del evangelio, una antorcha que debe brillar en medio de la oscuridad.

Dios está levantando una nueva generación de reformadores bíblicos: hombres y mujeres que aman la verdad, viven por la Palabra, y proclaman a Cristo sin temor.

La Reforma Protestante no fue un movimiento humano, sino una obra divina. Fue un regreso a la autoridad suprema de la Escritura.

Y hoy, el llamado sigue siendo el mismo: “Que la iglesia vuelva a las Escrituras. Que el creyente vuelva al evangelio. Y que toda la gloria sea solo para Dios.”

Que nuestras vidas sean una continua reforma para la gloria de Dios.

Soli Deo Gloria.

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