En una época donde el matrimonio es visto como una vía para la felicidad personal, estas frases suenan contraculturales y antitéticas pero profundamente bíblicas:
“Si no te gusta ceder, no te cases.”
“Si odias pedir perdón, no te cases.”
“Si te cuesta perdonar, no te cases.”
“Si no querés renunciar a las cosas que te gustan por alguien, no te cases.”
“Si sólo piensas en tu felicidad, no te cases.”
“Si amas tu independencia y hacer las cosas por tu cuenta sin consultar a nadie, no te cases.”
“Si sólo querés hacer lo que te gusta, no te cases.”
“Si no sueles asumir errores, no te cases.”
Y concluye sabiamente:
“El matrimonio nos desafía a moldear nuestro carácter; si deseas vivir sólo para vos, entonces no te cases. En el matrimonio se vive el uno para el otro, pero muchos se cansan y renuncian porque sólo buscan su propia felicidad y satisfacción. Casarse es muy bueno, pero nadie dijo que es fácil.”
Estas expresiones, aunque simples, contienen una verdad profunda: el matrimonio no fue diseñado para satisfacer el ego humano, sino para reflejar el carácter de Cristo.
El matrimonio: un pacto, no una aventura emocional
Desde el principio, Dios estableció el matrimonio como una unión santa y permanente entre un hombre y una mujer (Génesis 2:24). No fue creado para el placer egoísta, sino para la comunión, la ayuda mutua y la gloria divina. El apóstol Pablo enseña que el matrimonio representa el misterio de Cristo y la iglesia (Efesios 5:32). Casarse no es un contrato emocional, sino un pacto espiritual donde dos personas se comprometen a amarse con el amor de Cristo, incluso cuando los sentimientos fluctúan. Por eso, si una persona no está dispuesta a ceder, a perdonar o a servir, no está lista para el matrimonio, porque no ha aprendido aún el lenguaje del amor verdadero: la entrega.
El egoísmo: la raíz de muchos fracasos matrimoniales
Cada una de las frases anteriores apunta al gran enemigo del matrimonio: el egoísmo. El corazón humano, por naturaleza, busca lo suyo (Romanos 3:10-12). Pero el amor bíblico “no busca lo suyo” (1 Corintios 13:5). Muchos entran en el matrimonio esperando que el otro llene su vacío, cuando sólo Cristo puede hacerlo. Y cuando descubren que el otro también es imperfecto, se frustran, se quejan y terminan abandonando lo que un día prometieron delante de Dios. El matrimonio no destruye a las personas; revela lo que ya hay en el corazón. Si hay orgullo, saldrá a la luz. Si hay soberbia, será expuesta. Pero si hay humildad y dependencia del Señor, habrá crecimiento, madurez y restauración.
Amar es morir: la lección de Cristo
Jesús es el modelo perfecto del amor conyugal. El esposo debe amar a su esposa “como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). Ese es el estándar divino: un amor que se sacrifica, que perdona, que sirve, que soporta y que persevera. Casarse implica morir a uno mismo cada día. Morir al orgullo, a la terquedad, a la necesidad de tener siempre la razón. El matrimonio es un altar donde el amor propio se crucifica y el amor de Cristo florece. Si alguien se rehúsa a negar su yo, entonces no está preparado para amar como Dios manda.
El perdón: el lenguaje del amor cristiano
Toda relación matrimonial necesitará del perdón tantas veces como del aire. No existe matrimonio sólido sin la práctica constante de la gracia.
El perdón no es debilidad, es obediencia. Y el ejemplo más alto está en Cristo: “Perdonaos unos a otros, así como Dios también os perdonó en Cristo” (Efesios 4:32). Perdonar no significa ignorar el dolor, sino reconocer que Cristo cargó con una deuda mucho mayor. Un matrimonio que sabe perdonar refleja la belleza del evangelio en su forma más práctica.
El matrimonio: escuela de santidad
Muchos ven el matrimonio como un refugio de felicidad, pero en realidad es una escuela de santidad. Es el taller donde Dios lima el carácter, pule el corazón y enseña a amar de verdad. No se trata de encontrar a alguien perfecto, sino de dejarse transformar por el Espíritu Santo para amar a una persona imperfecta con el amor perfecto de Cristo. Por eso, quien aún vive centrado en su ego, en sus gustos y en su independencia, haría bien en esperar y madurar espiritualmente antes de dar ese paso. Porque el matrimonio, cuando se vive fuera del diseño de Dios, se convierte en una carga. Pero cuando Cristo es el centro, se transforma en un instrumento de gracia y santificación.
Llamado al evangelio
El verdadero amor nace cuando Cristo reina en el corazón. Sin Él, todo intento de amar será frágil y egoísta. El matrimonio cristiano es posible sólo cuando ambos han sido transformados por el evangelio: cuando han comprendido que fueron perdonados, amados y aceptados no por méritos, sino por la gracia de Dios.
Si alguien aún no ha venido a Cristo, el llamado es este: ríndete al Señor Jesucristo hoy. Cree en Su sacrificio perfecto en la cruz del calvario, suplica por perdón de pecados, clama por la salvación de tu alma y entrega tu vida a Él, para que por Su gracia regenere tu corazón y transforme tu mente. Solo así podrás amar de una manera que glorifique a Dios y bendiga verdaderamente a la persona que Él ponga a tu lado. Así como también Cristo “os amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.” (Efesios 5:2).
Conclusión
Casarse es muy bueno, "El que halla esposa halla algo bueno y alcanza el favor del SEÑOR" (Proverbios 18:22), pero no es fácil y requiere de la gracia del SEÑOR. El matrimonio no es para quienes buscan placer o reconocimiento, sino para quienes desean reflejar el amor de Cristo en la vida cotidiana. Quien ha aprendido a morir a sí mismo, a servir, a perdonar y a caminar en humildad, ha aprendido el secreto del amor verdadero. “El amor nunca deja de ser.” (1 Corintios 13:8)











No hay comentarios.:
Publicar un comentario