De la cruz al corazón


Uno de los temas más gloriosos y profundamente consoladores del evangelio es la aplicación de la redención. La obra de Cristo en la cruz es el corazón de la salvación, pero la Escritura enseña que dicha redención no queda suspendida en el pasado ni se limita a un beneficio universal abstracto. Por el contrario, Dios mismo, por medio de su Espíritu, aplica eficazmente los beneficios de la muerte y resurrección de Cristo a cada uno de los que ha llamado para sí. Este proceso —desde la elección hasta la glorificación— constituye una cadena de gracia, en la cual cada eslabón revela el poder, la sabiduría y la fidelidad de Dios.

Este mensaje se propone explicar brevemente cómo se aplica la redención, y por qué comprender esta verdad es vital para la vida cristiana.

La necesidad de la aplicación

La muerte de Cristo es suficiente para salvar a todo el mundo, pero su efecto salvador solo se experimenta en aquellos a quienes Dios llama, regenera y conduce a la fe. Si la obra de redención no se aplicara personalmente, nadie sería salvo, por muy perfecta que fuera. El ser humano está muerto en delitos y pecados (Efesios 2:1), ciego a la gloria de Cristo (2 Corintios 4:4), y enemigo de Dios por naturaleza (Romanos 5:10). Por tanto, se requiere una obra divina que lleve al pecador desde la muerte espiritual hasta la vida eterna.

La redención, entonces, no solo se logra en la cruz, sino que se aplica por el Espíritu al corazón del pecador, en un proceso perfectamente ordenado y asegurado por la gracia de Dios.

El llamamiento eficaz

La aplicación de la redención inicia con el llamamiento eficaz. Mientras muchos oyen el evangelio de manera externa, solo algunos experimentan una obra interna y poderosa del Espíritu Santo que los despierta espiritualmente a la fe. Este llamado no es una mera invitación humana, sino una acción sobrenatural que transforma la voluntad y abre el corazón, como ocurrió con Lidia, de quien se dice:

“El Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hechos 16:14).

Este llamamiento, basado en la elección eterna de Dios (Romanos 8:30), garantiza una respuesta genuina: quienes son llamados, responden.

La regeneración

El llamamiento eficaz produce en el pecador la regeneración o nuevo nacimiento. Jesús dijo a Nicodemo:

“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).

La regeneración es una obra unilateral del Espíritu Santo, no el resultado de la decisión humana. Es el acto por el cual Dios imparte vida espiritual al corazón muerto, produciendo una transformación radical de su naturaleza. Esta nueva vida capacita al ser humano para ejercer la fe, amar a Dios, y caminar en obediencia. El apóstol Pedro afirma que los creyentes han sido hechos nacer de nuevo “por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23). Sin regeneración, no hay conversión auténtica ni fruto espiritual.

La conversión: fe y arrepentimiento

La regeneración da lugar a la conversión, que incluye dos elementos inseparables: fe y arrepentimiento. La fe es la confianza personal en Cristo como Salvador y Señor. El arrepentimiento es un cambio de mente que resulta en un giro real del pecado hacia Dios. Ambos son dones de gracia, no logros humanos (Efesios 2:8; Hechos 11:18). Son la primera respuesta consciente del alma regenerada.

Cuando el corazón es transformado por el Espíritu, reconoce su necesidad, ve la belleza de Cristo, y se abandona completamente a Él. Este paso marca la entrada real en la vida cristiana y es evidencia de que Dios ya ha comenzado su obra redentora en la persona.

La justificación y adopción

Como resultado inmediato de la fe, Dios justifica al pecador, es decir, lo declara justo sobre la base de la obra de Cristo. Esta declaración no es un cambio interno, sino un acto legal de Dios, por el cual perdona todos los pecados y acredita la justicia perfecta de su Hijo (Romanos 5:1; 2 Corintios 5:21). La justificación trae paz con Dios, acceso libre a su presencia, y seguridad eterna.

Junto con la justificación, el creyente es adoptado como hijo. Esto no es solo una posición legal, sino una relación íntima. Dios no solo salva al pecador, sino que lo recibe como miembro de su familia:

“Porque no habéis recibido el espíritu de esclavitud… sino el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15).

La santificación progresiva

Dios no deja al creyente como lo encontró. Por medio de su Espíritu, lo guía en un proceso de santificación progresiva, mediante el cual es transformado a la imagen de Cristo (2 Corintios 3:18). Aunque la santificación tiene una dimensión posicional (el creyente ya está apartado para Dios), también implica una lucha diaria contra el pecado y un crecimiento constante en obediencia.

Este proceso continúa toda la vida, y aunque imperfecto en esta tierra, es evidencia de una fe viva. La Escritura afirma que sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14), y que Dios disciplina a sus hijos para que participen de su santidad (Hebreos 12:10).

La perseverancia y glorificación

La aplicación de la redención no depende del esfuerzo humano para sostenerse. Quien ha sido justificado será también glorificado (Romanos 8:30). Dios guarda a sus hijos mediante su poder, y aunque pueden tropezar, no se perderán (Juan 10:28–29). Esta perseverancia es garantizada por la fidelidad de Dios y no por la fuerza del creyente.

Finalmente, el proceso culmina en la glorificación, cuando los redimidos serán resucitados en cuerpos incorruptibles y vivirán para siempre con el Señor. Esta gloriosa esperanza motiva al creyente a perseverar, a sufrir con gozo, y a anhelar el día en que la redención sea consumada (Filipenses 3:20–21).

Conclusión

Entender la aplicación de la redención trae consuelo, seguridad y gratitud. El creyente puede confiar plenamente en que su salvación no depende de su esfuerzo humano, sino del Dios que salva de principio a fin.

“Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5:24).

Además, este conocimiento anima a vivir una vida santa, en respuesta al amor de Aquel que llamó, regeneró, justificó y prometió glorificar a los suyos.

La redención realizada por Cristo es perfecta y suficiente, pero debe ser aplicada eficazmente a cada creyente para que tenga efecto. Esta aplicación, desde el llamamiento hasta la glorificación, es una obra soberana de Dios, realizada en amor, con poder y para su gloria. Conocerla no solo afirma la seguridad del creyente, sino que lo impulsa a una vida de gratitud, obediencia y adoración.

La salvación es del Señor (Jonás 2:9), y Su promesa de gracia: "el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario