Cuando Dios obra la regeneración del corazón humano, interviene sobrenaturalmente sobre el hombre interior, a causa de Su elección soberana e incondicional, por la gracia irresistible de Su amor incomparable en Jesucristo y en el poder del Espíritu Santo, “salva” una persona, la declara justa, inmediatamente entra en un proceso de santificación personal, de separación y de transformación progresiva y radical en todo lo que es como criatura humana caída en pecado. La santificación es posicional en un primer momento, luego progresiva a través de la vida del creyente y finalmente perfectiva cuando se esté en la presencia misma del Cristo glorificado, “cara a cara”. La santificación en el creyente inicialmente actúa como parte de la obra de salvación de la “pena” del pecado, prosigue como una obra de salvación gradual liberándolo  del “poder” del pecado  y  finalmente termina como  una obra de salvación completa cuando el creyente es separado definitivamente de la “presencia” del pecado. En este sentido, la santificación es una obra de salvación y al mismo tiempo la salvación no puede existir sin  santificación. La santificación  no acaba con la separación,  sino que se extiende hasta alcanzar la imagen plena del Hombre Perfecto, de Dios mismo,  del Señor Jesucristo “resucitado”, en la futura glorificación del cuerpo.

La santificación es la obra de salvación  del pecado del hombre para ser apartado y perfeccionado totalmente como un esclavo santo a Su amo santo, Dios mismo.

Podemos apreciar que la obra de salvación en la santificación tanto al principio (posicional) como al final (perfectiva) ocurren en forma inmediata, y la santificación progresiva sucede a lo  largo  de la  vida del creyente.  Aunque  la  obra  de salvación  en  la  santificación  es completamente de Dios, debemos tener en cuenta, que la santificación posicional y perfectiva de Dios es monergista, cien por ciento de Él, mientras que en la santificación progresiva es sinergista, implica que el creyente debe “ocuparse” (asumir la responsabilidad de su decisión) en la salvación (santificación progresiva) con “temor y temblor” porque Dios es el que en vosotros “produce” así el querer como el hacer, por su buena voluntad . (Filipenses 2:12-13). Sin lugar a dudas, tanto la soberanía de Dios como la responsabilidad  del hombre en la salvación  (santificación)  son  “verdades gemelas”  que nuestra  mente  limitada  no puede racionalizar humanamente hablando, pero que son una realidad en la mente infinita de Dios, y las creemos absolutamente por fe.

Desde la perspectiva del Dios triuno, Su voluntad primaria es la salvación de los hombres. No  hay  salvación   sin  santificación  y  no  existe  santificación  sin  salvación.  Esto  es maravilloso, y al mismo tiempo nos lleva a meditar profundamente en las implicaciones de esta obra del Espíritu que aplica a los creyentes elegidos, pues, puede dar lugar a desviaciones o falsificaciones, por las cuales se puede “estar o no” seguro de la salvación, sino existe el fruto de la santificación. Muchas personas pueden profesar ser cristianos,  manifestar ser salvos, creer incluso en las verdades de las Escrituras a nivel intelectual o académico (tener un conocimiento  grande de la Biblia),  así también, otros, desconocen la parte cognitiva, doctrinal y asumen que la experiencia (emocionalismo) o el misticismo son la marca en sus vidas de la seguridad de su salvación. Incluso hay quien, profesa ser cristiano verdadero, pero en su vida diaria hay incoherencia, mostrando una convivencia algunas veces sutil o en otros casos abierta y descarada con el pecado. Se cree el engaño: ¡hasta dónde puedo jugar con este pecado que no caiga! Razonar sobre cuál es el límite de la zona de juego en la cual puedo acercarme tanto al pecado sin caer en él, es una trampa engañosa y destructiva del mismo pecado, que te atrapa, te enreda en sus lazos para destruir tu alma en el infierno. La Escritura revela  actuar con  lo  más simple,  pero  efectivo: ¡huye del pecado!, ni  siquiera  puedes juguetear con el pecado porque morirás en él.

Mata el pecado o el pecado te matará a ti. (John Owen)

Entonces, ¿Cómo podría diferenciarse un creyente genuino de uno que no lo es? Por que la obra de salvación  en  la santificación  del creyente produce  fruto espiritual,  capacidad sobrenatural que viene de Dios mismo por medio del Espíritu, para tener victoria progresiva sobre el “poder del pecado” en su vida. Es liberado, por el amor dado en Cristo Jesús, para “resistir las tentaciones que surgen en su carne” (pecado remanente), también enfrentar con la espada del Espíritu (Las Escrituras, las doctrinas) las insidias y asechanzas del diablo como las influencias del sistema satánico mundial, el orden de maldad en las esferas celestes que se opone ferozmente al plan redentor de Dios y a Su pueblo. La santificación del creyente genuino muestra por medio de vivir una vida de piedad y justicia, obras que son agradables a Dios, porque Dios mismo  está operando Su gracia salvadora y soberana en él. En este sentido, mientras la gracia santifica gradualmente al creyente, perfeccionándolo a la imagen del Varón Perfecto, Cristo Jesús, el pecado disminuye significativamente, transformando su corazón.

La importancia de la santificación es vital, es prioritaria para el cristiano verdadero, porque a medida que avanza en la separación de las cosas de este mundo, en apartarse de sus pecados más visibles y también darle la espalda a su pecado oculto, de discernir la verdad del error, practicar sabiduría en vez de necedad, viviendo en piedad y justicia delante del Señor, “crece en madurez espiritual”, completamente “equipado para toda buena obra” (2ª Timoteo 3:17).

Si la voluntad primordial de Dios es la salvación del hombre caído, la santificación es una consecuencia inmediata de dicha obra en el hombre nuevo, puesto que Dios es fiel a sus promesas,  y así como predestinó, llamó  y justificó, también santificó y glorificó, en una cadena irrompible, que evidencia un tiempo pasado “como estando ya santificados al tiempo que estamos siendo santificados”. Para el Dios triuno “hecho está” porque “consumado fue”. Por eso es tan absurdo, creer que la salvación se pierde, peor aún que una persona profese ser cristiano y ser salvo, pero que no haya evidencia de una obra de santificación en su vida como una práctica progresiva cotidiana de arrepentimiento continuo y fe creciente.

La santificación del cristiano resulta ser la obra de salvación más importante de su vida.

La santificación del cristiano resulta ser la obra de salvación más importante de su vida, pues, de ninguna otra manera, podría tener cada vez mayor seguridad de salvación, si no fuera porque Dios mismo lo ha conocido desde antes de la fundación del mundo con una gracia tierna y soberana “inmerecida” por medio de la obra de Su Hijo Amado Jesucristo, a favor suyo. Los escogidos tienen sus nombres  escritos en el libro  de la vida, y abrazan  toda aflicción, sufrimiento o dificultad con gozo y esperanza, sabiendo que saliendo victoriosos cada vez,  por pura gracia,  crecen  en  la  seguridad  que su  salvación  es genuina  por la santificación que da fruto espiritual en sus vidas cristianas para la gloria de Dios.

Jairo Rodríguez

Miembro de la Iglesia Bíblica Cristiana de Cali, Colombia. Sirve en los ministerios de oración y centro de bienvenida. Estudiante del Seminario de Expositores SEMDEX. Creador y administrador de Cristiano Bíblico.